Miembro de la Royal Geographical Society de Londres, con un historial
militar brillante y estrechos vínculos con el servicio secreto británico,
excelente Topógrafo, autor del trazado de una serie de mapas de Bolivia y Perú,
y experto en técnicas de construcción naval ( creador de la "curva o línea
Icthoid" que aumentaba la velocidad de los barcos ), previamente a su
etapa amazónica brasilera, había sido protagonista de numerosas expediciones en
el norte de África, Malta, Hong-Kong y Ceilán.
Estamos refiriéndonos al coronel inglés Perry Harrison Fawcett, quien
en los albores del siglo pasado dedicó su vida ( y probablemente, también la
ofrendó ) a la exploración y trazado de fronteras de la ( en aquel entonces
casi virgen ) gigantesca selva amazónica, en Brasil, la más enorme del planeta.
El célebre explorador inglés Peter
Fleming lo define así: “Era un hombre de un valor indomable. Su resistencia era
sobrehumana: ni la fiebre, ni las privaciones, ni los insectos lo amilanaban.”
Igualmente célebre por su despotismo
hacia su personal ( llevándolos casi permanentemente al borde del motín ), sus
expediciones se caracterizaban por una inusitada rapidez y eficiencia. Todas
sus aventuras fueron relatadas por él mismo recopilando durante su transcurso
diversas leyendas aborígenes ( las “aldeas de fuego” que solían ver los nativos
por las noches en el medio de la selva y que los llenaba de espanto, y que
tanto egiptólogos, viajeros e historiadores de la antigüedad han reportado
en Egipto, Grecia, Siria, India y Sudamérica como luces blancas “frías”
perpetuas basadas en combinaciones de luminiscencias químicas – como la de los
escorpiones - con nódulos y espirales subterráneas y otras fuerzas terrestres
invisibles, ardiendo durante siglos sin que se las tocara ) que le sirvieron
para afianzar aún más sus creencias, incluida cierta revelación que sobre una
oculta ciudad ciclópea le hiciera en Rio de Janeiro el ex-cónsul británico
coronel O’Sullian Beare, quien había logrado llegar hasta ella con la ayuda de
un guía mestizo. También consultó a varios mediums, gurús y psíquicos sobre el
tema, ya que era un ferviente creyente de estas cualidades paranormales.
Una obsesiva búsqueda de la conexión Atlante.
Buscaba, fundamentalmente, los rastros de lo
que él llamaba la “civilización primigenia”, de cuya existencia muy anterior a
incas, mayas y aztecas estaba plenamente convencido y que consideraba la raza
responsable de legar a la humanidad la base de toda su ciencia, sabiduría y religión,
y la razón excluyente de la evolución del hombre por sobre el mono y las demás
especies del planeta.
“La conexión Atlántida con algunas regiones de la cuenca amazónica
explicaría muchas cuestiones que hasta hoy resultan insolubles” había declarado
-“los once mil años transcurridos, según Platón, desde el hundimiento de la
última isla de la Atlántida abarcarían las vidas de tan solo ciento diez
centenarios. ¡Un testimonio presencial del desastre pudo transmitirse de padres
a hijos hasta el presente con tan solo 184 repeticiones!”.
Se basaba en relatos y escritos de varios
exploradores portugueses y españoles que lo antecedieron y documentaron la
presencia inexplicable en Centro y Sudamérica de una raza blanca, barbada y de
ojos claros, de rasgos manifiestamente no aborígenes, y que él consideraba
sobrevivientes de la mítica Atlántida y constructores de increíbles
mega-ciudades prehistóricas, las cuales aún continuaban habitadas por ellos,
protegidos de los intrusos por los nativos, que los
consideraban sus dioses intocables.
Recolectó además historias de varios
supervivientes de expediciones que buscaban tesoros ocultos en la selva, y
cuyos camaradas habían perecido a manos de tribus salvajes.
“Secretos que descubrí en la dura
escuela de los viajes por la selva”- señaló.
El descubrimiento científico de Machu Picchu por Hiram Binghan en
1911, le daría al Coronel mayor impulso en su convicción de partir hacia la que
hoy es la Sierra del Roncador, y que debe su singular nombre a los extraños
sonidos que parecen surgir del suelo, un fenómeno que se dá con frecuencia en
todas las zonas consideradas centros energéticos planetarios ( por ejemplo, en
Capilla del Monte, ubicada a los pies del cerro Uritorco, en Córdoba,
Argentina, los locales llaman a dicho rugir “ el paso del tren expreso”).
La enigmática estatuilla de Basalto
Un hecho profundamente motivador para
Fawcett lo constituyó El atlante de Basalto, una extraña estatuilla de estilo
egipcio, hecha en basalto negro (roca volcánica vitrificada), que llegó a sus
manos gracias a su amigo Sir Rider Haggard ( autor de “Las minas del Rey
Salomón”), quien la consiguió en el Brasil a fines del siglo XIX de una manera
misteriosa que nunca hizo pública.
La estatuilla representaba a un
posible sacerdote egipcio sosteniendo una tabla con 24 extrañas inscripciones,
de las cuales Fawcett creyó lograr descifrar 14 al notar que los símbolos
coincidían con los tallados en piezas de cerámica prehistórica brasilera, y
luego intentó utilizarlos como “coordenadas” para alcanzar su objetivo. Se
llegó a especular incluso que los signos eran una especie de “contraseña” o
“llave de acceso” al Mundo perdido.
Lo históricamente cierto es que se
realizaron diversos estudios serios sobre la inscripción que esgrime la
estatuilla, y si bien no se la pudo decodificar, varios expertos aseguraron que
es casi imposible su falsificación. Fawcett la llevó consigo a su expedición,
con la idea de que involucrar una causa sagrada como la devolución de la
estatua a su lugar de origen, lo protegería y a la vez le abriría las puertas
de la enigmática ciudad primigenia.
En el libro "Exploration
Fawcett" escrito por su hijo Brian basado en sus anotaciones Perry
comenta sobre la estatuilla: "Esta imagen de piedra posee una propiedad
particular, sentida por quien la tenga entre las manos. Es como si un calambre
eléctrico se nos subiera por el brazo, tan fuerte que ciertas personas sueltan
bruscamente la estatuilla".
Fiel a sus creencias, cuenta también
que confirmó el orígen atlante de la figura por medio de la psicometría (es
decir la lectura vibratoria realizada por personas que poseen la adecuada
sensibilidad, de las impresiones mentales y los registros de vicisitudes
físicas de sus antiguos usuarios volcadas en el objeto y que permanecen en él a
través del tiempo).
El paragnosta que le “leyó” la
estatua, le confirmó la ubicación en Brasil de la ciudad que albergaba los
sobrevivientes de la Atlántida y que la estatuilla había sido entregada en
custodia por un sumo sacerdote a otro que logró huir de la gran hecatombe,
ocurrida “muchísimo tiempo antes del surgimiento de Egipto” y que poseía un
poder ambivalente: era “benévola y poderosa para quienes le tenían afinidad y
maléfica y destructora para quienes la poseyeran con incredulidad y sarcasmo”.
El manuscrito Portugués 512
Pero la obra fundamental que le inyectó la definitiva fuerza suprema para
iniciar su indeclinable búsqueda, fue “El Manuscrito Portugués”,
popularmente conocido como “El Manuscrito 512”, un documento del siglo 18,
descubierto en 1993 por Thierry Jamín, que se encuentra actualmente en la
Biblioteca Nacional de Río de Janeiro, en Brasil, en la sección de
“Manuscritos”, serie “Obras Raras”, bajo el título “Relação histórica de uma
occulta e grande povoação antiquissima sem moradores, que se descobriu no anno
de 1753”. Catalogado con el asunto Ciudades extintas y el número 512, el
investigador puede consultarlo junto a la primera edición de “Os Lusíadas o a
la Bíblia de Mogúncia”, impresa en 1642.
Así nos describe Fawcett,
deslumbrado, el instante prodigioso de su hallazgo: “Quienes tengan
inclinaciones románticas –y casi todos las tenemos, a mi juicio– verán los
elementos de una historia tan fascinante, que no conozco ninguna comparable. Yo
la descubrí en un antiguo documento que aún se conserva en Río de Janeiro, y, a
la luz de las evidencias recabadas en diversas fuentes, creo al pie de la letra
en esta información”.
El 512 cuenta la historia de un
expedicionario portugués de apellido Álvarez, quien habiendo naufragado frente
a las costas amazónicas, se encontró prisionero de la salvaje tribu caníbal
Tupinamba, salvándose milagrosamente de la muerte gracias a una joven aborigen
que se enamoró perdidamente de él. El nieto de esta pareja, quien por supuesto
se encontraba completamente integrado a la tribu, viajó en 1610 hacia la
capital de Portugal y se entrevistó con el Rey Dom Pedro II relatándole que
conocía perfectamente la ubicación de unas fantásticas minas de diamantes en el
medio de la selva, y ofreciéndole su ubicación a cambio de un título
nobiliario, pero sólo logró que el rey lo encarcele hasta su muerte, dos años
después. Esta historia bastó para crear dentro de la corte portuguesa la
codicia suficiente como para organizar numerosas expediciones buscando los
rastros de estas fabulosas minas durante muchos años sin éxito ( aunque algunos
de los fracasados expedicionarios aseguraron haber estado muy cerca e incluso
divisado las ruinas de la gigantesca ciudad perdida ) hasta que en 1740 un
aventurero portugués ( de nombre Francisco Raposo, supuestamente un
“alias” de Joao Da Silva Guimaraes, explorador bandeirante desaparecido en la
jungla en 1764 ), luego de buscar febrilmente por más de diez años entre
ciénagas, bosques y montañas, descubrió una ciudad grandiosa ( ¿la
mitológica“Paititi”? ) al pié de una enorme montaña rocosa al oeste de la
cuenca del Amazonas, y custodiada por indios feroces.
Luego de toparse 80 kilómetros antes
con otra mega-ciudad completamente en ruinas y habitada sólo por murciélagos,
atravesó una cascada bajo la cual se ensanchaba un río, y comenzaron a aparecer
ante su vista unas increíbles cuevas excavadas a mano en las rocas, algunas de
ellas selladas con grandes losas de piedra cubiertas de extraños grabados,
probablemente tumbas de antiguos monarcas y sumos sacerdotes. Los aborígenes
que acompañaban al portugués intentaron retirar las losas de piedra, pero todo
fue en vano.
Continuaron avanzando hasta que sorpresivamente
se pPresentó ante ellos una enorme ciudad desierta, de arquitectura monumental,
con grandes bloques armados sin junta de mortero y templos inmensos , una gran
plaza, obeliscos monolíticos y una gran figura de piedra negra que señalaba
hacia el norte, con misteriosas inscripciones y tallas, que parecían griego
antiguo. En las cercanías de la construcción megalítica, hallaron una moneda de
oro que mostraba en el anverso un joven agachado y en el reverso una corona y
un arco.
Raposo corrió presuroso a notificar
su hallazgo y solicitar ayuda económica y logística al virrey, Luiz Peregrino
de Carvalho Menezes de Athayde, quien, siguiendo sumisamente las órdenes de la
Iglesia, hizo caso omiso a la narración y se negó a otorgarle ayuda.
Nunca más se supo nada de De Raposo y
su gente.¿Volvieron por su cuenta a la ciudad ?¿fueron asesinados por órdenes
del clero para evitar que difundan la noticia?¿ o patrocinados por éste
secretamente para su provecho personal?.Nunca lo sabremos.
Dos siglos después, afortunadamente
para Fawcett, las cosas habían cambiado bastante y la administración brasilera
ya no era lacaya del fanatismo de una iglesia todopoderosa.
(Historiadores posteriores a la
epopeya de Fawcett han opinado que “el portugués” se cuidó de disimular la
ubicación real del sitio debido a que se encontraba tan al oeste del Matto
Grosso que temía que perteneciera a territorio peruano, que formaba parte del
imperio español, en cuyo caso podría reclamar sus derechos sobre el
descubrimiento. Estos historiadores especulan que tal vez la obsesión de
Fawcett de seguir al pié de la letra el manuscrito le haya impedido ver esta
posibilidad).
Percy Harrison Fawcett protagonizó en
total ocho extraordinarias y legendarias expediciones (sólo interrumpidas para
servir en la brigada de artillería en Flandes durante la Primera Guerra
Mundial, a la edad de 50 años, para luego regresar a Sudamérica) que se
convirtieron en unas de las más extraordinarias aventuras de todo el siglo 20 y
una fuente de inspiración casi inagotable para innumerables artistas.
Incluso el propio gobierno brasileño
subvencionó una de las expediciones a su mando (las cuales solían estar
integradas casi invariablemente por el mismo plantel de colaboradores, algunos
de ellos celebridades mediáticas, como el boxeador australiano Butch Reilly),
y reportó en sus periplos haber matado una anaconda de 62 pies, haber visto
especies animales inexistentes en otros lugares del planeta, como perros con
dos narices o perros felinos lo cual le aparejó la burla de los “científicos”
de la época (más adelante, los hallazgos efectuados en el Amazonas le darían
la razón científica al menos en lo referente a las boas aunque nosotros no
dudamos en absoluto de la objetividad del coronel en sus otras descripciones ni
de la variedad sorprendente y única de la flora y fauna de la selva tropical) Después de buscar infructuosamente su ciudad perdida en la
zona de Bahía durante 1920 y 1921, decidió llevar su intento a la zona que
llamó punto "Z" , ubicada entre los ríos São Francisco y Xingú.
La última expedición.
En 1925, con la financiación de un
enigmático grupo británico llamado sugerentemente The Glove ("El
Guante"), Fawcett , que en ese entonces tenía 57 años, emprendió la que
sería su última expedición en busca de su Ciudad Perdida acompañado de su hijo
Jack y el fotógrafo Raleigh Rimmel, amigo de toda la vida de Jack, ambos de 23
años.
Fawcett era un experto como quizás no
haya dos en el mundo en temas de organización de expediciones y viajaba
invariablemente excelentemente pertrechado y con personas cuya perfecta salud
psicofísica había sido harto chequeada profesionalmente.
Descubrió al sureste del Mato Grosso,
una inmensa meseta rocosa rodeada por acantilados inaccesibles y se persuadió
firmemente que era la montaña mencionada en El Manuscrito 512. Finalmente,
creyó haber descubierto la mítica Ciudad Perdida.
Sus últimas declaraciones.
La expedición estaba ya
desfalleciente: habían fotografiado algunos indios Meinaco para la corporación
North American Newspaper, que administraba varios periódicos y que ayudó
en la financiación de la expedición a cambio de noticias exclusivas, habían
equivocado el camino varias veces y Raleigh estaba malherido en uno de sus pies
debido a picaduras de voraces garrapatas.
Pero el entusiasmo y la energía
sobrehumana de Fawcett estaba intacta. Hizo llegar a la familia una carta el 29
de mayo de 1925 desde el “Dead Horse Camp /"Campo do Cavalo Morto", (
del cual informa su ubicación exacta: 11 grados y 43 minutos de latitud sur y
54 grados y 35 minutos de longitud oeste ) explicando que desde allí seguirían
hasta el Xingú y se adentrarían en la selva hasta Santa María do Araguaia,
cruzarían el Tocantins y proseguirían por las montañas entre Bahía y Piauí,
hasta el río San Francisco y finalmente la ciudad que menciona el manuscrito
512.
Aquí algunos fragmentos de las
anotaciones que luego resultaron ser sus últimas declaraciones:
(…)“Que alcanzamos el objetivo y que
volvemos de nuevo hacia él, aún bajo riesgo de quedar con nuestros huesos
secándose al sol”(…)”
“Un nativo me ha descripto la ciudad
perdida en la selva, me ha dicho que en lo alto de uno de sus edificios de piedra
se halla un gran cristal que refleja la luz del sol a modo de espejo hacia el
interior de la construcción”(…)
“Creo que las ruinas serán de
naturaleza monolítica, más antiguas que los descubrimientos egipcios (...) El
lugar central que he llamado “Z”- nuestro objetivo principal- está en un valle
rodeado de montañas. Tiene dicho valle unas diez millas de ancho, y la ciudad
se encuentra en un promontorio en el centro de este, al cual se llega desde una
carretera de piedra. Las casas son bajas y sin ventanas, y hay un templo
piramidal. Los habitantes de la ciudad son numerosos, mantienen animales
domésticos y poseen minas bien desarrolladas en las colinas circundantes. No
muy lejos se encuentra otra segunda ciudad, pero la gente en ella pertenece a
una casta inferior a los habitantes de “Z”.
Más lejos hacia el sur hay otra gran
ciudad, pero medio enterrada y completamente destruida”(…)”espero alcanzar el
objetivo de mis investigaciones dentro de una semana”.
“Cuando volvamos”-concluía
triunfalmente- “nuestra historia hará cambiar el mundo!”.
Pero ni Fawcett ni ningún otro
miembro de su osada expedición volvieron jamás.
En 1925, el mismo año de la
desaparición de Fawcett, el investigador George Lynch sostuvo en la prestigiosa
revista Science at Vie que en el Mato Grosso se encontraba el origen de todas
las civilizaciones de occidente.
Hasta el día de hoy, el periódico británico
"The Times" ofrece una jugosa recompensa a aquellos que puedan
suministrarle información confiable sobre el destino del explorador.
Su misteriosa ciudad continúa secreta
en lo profundo de la selva, y la leyenda de Perry Harrison Fawcett no podría haber
encontrado mejor final, ya que el hecho de que nunca se hallara su cadáver ni
resto alguno de su expedición multiplicaron la leyenda y dieron orígen a
fábulas tanto o más exóticas que la selva que él intentaba descifrar.
Unas cuentan que encontró su deseada
ciudad megalítica y se convirtió en el dios blanco de una tribu desconocida,
otras que fue víctima de amnesia y terminaó vagando y perdido en la selva (incluso apareció un niño que se afirmó era hijo de Jack y una nativa aunque luego
resultó ser un tremendo fraude), las más ortodoxas suponen que murió a manos
de tribus salvajes del Amazonas, y algunas (en ciertos círculos ocultistas)
hablan de que él y su hijo habrían entrado en un vórtice energético que les
habría dado acceso a otro plano de existencia u otro tiempo en el cual la
ciudad atlante de sus anhelos continúa existiendo.
A nosotros nos gusta considerar
también la posibilidad de que Fawcett hallara finalmente la ciudad de sus
desvelos, y cayera en la cuenta en el momento de su descubrimiento (tal vez a
través de los propios habitantes de la antigua Atlántida) de que estaba viendo
cumplido un sueño que no admitía ser compartido con nadie.
En fin, mientras los restos de este
legendario explorador no aparezcan podremos elegir seguir creyendo que sus
restos descansan en Z, al cuidado de la misteriosa raza que tanto deseó
encontrar, o cualquier otra de las opciones conforme al tamaño del romanticismo
que nos habite.
Como reconocimiento a la mirada
visionaria del coronel Perry Fawcett y como parte de su legado, debemos mencionar
que en 2003 Michael Heckenberger de la Universidad de la Florida y sus
colegas protagonizaron un hallazgo sorprendente en la región del Alto Xingú de
la Amazonia ( la zona que obsesionaba a Fawcett y donde desapareció ),
descubriendo restos arqueológicos de una sofisticada ciudad megalítica
arquitectónicamente organizada como "ciudad jardín" y cuyas
construcciones, al igual que el resto de las ancestrales y gigantescas
metrópolis antiguas, funcionan con exactamente el mismo concepto de la
tecnología Tesla
Una sociedad prehistórica basada en
los mismos principios inalámbricos de Tesla (los 13 puntos del mundo
inalámbrico): una cuadrícula que cubre un gran área de tierra siguiendo las
“líneas leys” enunciadas por Alfred Watkins ( que también postearemos
oportunamente ).
Como pequeño anticipo, digamos que en
el sistema inalámbrico de Tesla, el polo de alimentación principal distribuye
primero la energía eléctrica hasta pequeños puestos locales, que luego lo
retransmiten a una red que incluye 13 puntos.El nuevo descubrimiento en la
parte superior del Xingu en Brasil no es un receptor principal, es una de las
estaciones locales. Continuando un seguimiento inalterable conforme al mapa de
los 13 puntos, la estación principal estaría ubicada al noreste de Xingu, más
hacia la costa.Esta estación primaria recogería las transmisiones locales de la
zona y emitiría una transmisión directa a polos/madre receptores y
re-transmisores, como Stonehenge, la Gran Pirámide, la primera estatua de la
Isla de Pascua, etc.
La búsqueda de Fawcett.
La búsqueda de este hombre fue
protagonizada (y todavía hoy día lo es) por una cantidad impresionante de
exploradores, arqueólogos, periodistas, historiadores, detectives y aventureros
totalizando unos 100 intentos fallidos en los cuales muchos perecieron o
desaparecieron como Fawcett.
Su hijo, el explorador Brian Fawcett,
hizo unas intrigantes declaraciones en las cuales afirmaba que si su padre
había logrado encontrar la civilización perdida, con toda seguridad sus
habitantes no lo habrían dejado volver.
Esto, de alguna manera, es coherente
con severas instrucciones dejadas por Fawcett antes de su partida: si él y sus
compañeros no volvieran, ninguna expedición de rescate debería ser enviada, o,
de lo contrario, “sufrirían las consecuencias de su destino”.
Otra situación poco clara que agregó
misterio sobre el misterio, fue la rotunda negativa de la familia de Fawcett a
permitir la lectura de sus diarios personales a investigadores y periodistas,
aumentando las especulaciones de que allí podría encontrarse la clave para
acceder a la Ciudad Perdida.
La esposa del Coronel afirmó en un
reportaje que cuando vivían en el extremo Oriente, unos hombres extraños se les
presentaron y les predijeron hechos extraordinarios para la familia, incluido
el destino de Fawcett.
A continuación, un breve resumen
cronológico de las más significativas del centenar de expediciones que se
organizaron para tratar de encontrar al Coronel:
En 1927 el francés Roger Corteville
informó haber visto un hombre enfermo y mentalmente insano en el estado de Mina
Gerais que dijo llamarse Fawcett, pero sus numerosas contradicciones en los
detalles lo desacreditaron.
Ese mismo año, fue hallado un letrero
con el nombre de Fawcett en la aldea de una tribu indígena, pero luego se
verificó que el mismo era de una expedición bastante previa a su desaparición (
1921 ).
En 1928 una expedición estadounidense
organizada y financiada por la prensa escrita de dicho país capitaneada por
George M.Dyott produjo mucha cáscara y ninguna nuez. Concluyeron, aunque sin
aportar prueba alguna, que Fawcett había sido muerto a manos de tribus
salvajes.
En 1930 el periodista estadounidense
Albert de Winton declaró entusiasmado que había logrado reconstruír su ruta y
tal vez así fue, ya que corrió su misma suerte: desapareció sin dejar rastro
con todos sus compañeros de viaje.
En 1932 el explorador y cazador
suizo, Stefan Rattin, y el periodista Horacio Fusoni declararon que tenían
pruebas irrefutables de que Fawcett estaba vivo, que incluso habían logrado
hablar con él y que vivía en una tribu en la selva. Su expedición también
desapareció para siempre en la selva.
En 1933 una brújula de teodolito
perteneciente a Fawcett fue encontrada cerca de la tribu de los indios Baciary
por el coronel Aniceto Botelho, pero luego se comprobó que si bien pertenecía
al coronel, había sido dejada como regalo al jefe de la tribu mucho antes de su
última expedición.
En 1937 hubo tres expediciones.La
primera (organizada por una misionera ) no consiguió nada, pero las otras dos (
las de Willy Aureli y Henri Vernes ) regresaron afirmando que según datos
informados por aborígenes de la tribu Carajás, Fawcett había logrado su
objetivo y era el jefe máximo de una tribu desconocida de piel blanca en una
gigantesca ciudad perdida.
En 1943 el grupo periodístico
brasilero “Diários Asociados” organizó una partida conducida por el periodista
Edgar Morel, quien halló un niño blanco que creyó hijo mestizo del coronel con
una mujer aborigen, pero el descubrimiento terminó siendo un fiasco ya que se
trataba de un albino.
En 1951 Orlando Vilas Boas pareció
aclarar el entuerto: un viejo jefe indio de la tribu Kapalos de nombre Cuiuli
le hizo la confidencia de que la expedición Fawcett había sido asesinada por
Cavucuira ( por ese entonces jefe de la tribu ), ayudado por él mismo.
Al parecer, Fawcett se había
presentado sin regalos (ya de por sí un acto considerado ofensivo por las
tribus locales y generalmente causa de muerte) y además le había pedido de
manera prepotente e irrespetuosa canoas y guías para seguir viaje. Los cuerpos
de los dos jóvenes habían sido arrojados al río y Fawcett, por ser un anciano
había sido enterrado honrosamente.Cuiuli les mostró el lugar exacto del
acontecimiento (una laguna cercana a la sierra del Roncador entre el río
Kuluene y el Tanguro) y del entierro del coronel. Vilas Boas hizo excavaciones
y logró recuperar un cráneo y osamentas humanas que fueron trasladadas a
Londres para su análisis por el Royal Anthropological Institute, del cual se
desprendió que no se trataba de Fawcett ni de ninguno de sus acompañantes.
La historia terminó de ser
contundentemente desmentida por el periodista David Grann, quien entrevistó a
numerosos integrantes de la tribu Kapalos que coincidieron en testimoniar que la expedición
había pernoctado allí y continuado luego en dirección al este, desoyendo la
advertencia de los propios Kapalos acerca de una tribu de “indios feroces” que
se encontraba en esa parte de la selva.
Los Kapalos relataron que pudieron
observar cada noche durante cinco días consecutivos el humo de la fogata de la
expedición antes de su desaparición.
En 1955 la médium inglesa Geraldine
Cummins aseguró comunicarse con el espíritu de Fawcett quien le transmitió que
había muerto en 1935 a manos de una tribu salvaje, luego de una larga y
penosa enfermedad.
En 1996 una expedición organizada por
el empresario James Lynch y el explorador Renée Delmotte culminó con la pérdida
de valiosísimo equipo, una vergonzosa huída de un ataque aborigen, y las manos
vacías.
Para los miembros de la Sociedad de
Teúrgica do Roncador do Brasil y de la Sociedade Brasileira de Eubiose, Fawcett
vivió durante mucho tiempo en el interior de la tierra en una ciudad llamada
Matalir-Araracanga, donde viven seres con capacidades telepáticas y se guardan
archivos akashicos que contienen la sabiduría espiritual de los grandes
maestros de la humanidad.
en nuestros dias con la tecnologia satelital ya se habrian descubierto tales ciudades si existieran, aun utilizando google earth, yo creo que mas bien se trata de mitos modernos, se dice rambien que existe una raza de alienigenas mutante que vive en la selva, lo lei en un libro de Jaques vallee el escritor y cientifico frances radicado en los E. U. con este relato coincide la afirmacion de un explorador norteamericano ya fayecido cuyo nombre no recuerdo- graciad
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